Mi experiencia escribiendo la biografía de una víctima del terrorismo

Esta vez no es novela: «Doce balas en el alma» es una historial real»

“Doce balas en el alma”, es el nuevo libro de la escritora Rosa Peñasco, publicado por Círculo Rojo.

Se trata de la biografía de Francisco Ruíz, víctima del terrorismo que sobrevivió a doce impactos de bala en los años de plomo.

No es difícil entender la gran responsabilidad que recayó sobre mí, cuando Francisco Ruiz, víctima del terrorismo que al más puro estilo del Far West sobrevivió a doce impactos de bala en los años de plomo, me insistió hasta la saciedad para que escribiera su historia. Para empezar, fue inevitable quedarme con la boca abierta y pensar que no estaba leyendo la fantástica novela “Patria”: delante de mí había una persona de carne y hueso que había vivido y sobrevivido a lo peor de aquel plomo.

Escribir una biografía

Si escribir ya es una actividad mágica de por sí, con la idea que irrumpe e invade todo, la rotura del papel en blanco y el continuo bullir que enajena mientras dura un proceso que se me antoja pura alquimia, escribir una biografía termina convirtiendo la magia literaria en una experiencia casi mística.

Porque sin renunciar a su latir, a su experiencia, a su estilo, a las peculiaridades de su proceso creativo y de sus letras, el escritor, como si se tratara de los vasos comunicantes de Arquímedes, poco a poco y a medida que va empapándose de la vida del protagonista, va dejando de ser él para que otra persona pueda ocuparlo por cada rincón. Sin duda y con carácter general, escribir una biografía puede convertirse en una auténtica fusión entre el protagonista de la historia y quien la escribe y hasta en una especie de posesión transitoria cuando también se pone el alma en el asador.

 Escribir una biografía sobre una víctima del terrorismo

Sin embargo, las grandes peculiaridades que afectan a toda biografía son nimias cuando se trata de escribir sobre la vida de cualquier víctima del terrorismo. En primer lugar porque el tema es controvertido y no es muy difícil que aun siendo fiel a la historia original, puedan utilizarse las palabras -que nunca se las lleva el viento- para crear polémica, cizañar, juzgar, politizar, dualizar y enfrentar, del mismo modo que pueden servir para exponer, comunicar, incitar a la reflexión, aclarar, buscar la utópica integración o, simplemente, contar de una forma más o menos novelada pero siempre con objetividad, una historia de vida que dado el enorme nivel de sufrimiento que acarrea pueda parecer ficción…

Pero aún hay más. Es muy posible que la víctima del terrorismo sea parca en palabras y traiga consigo el no desdeñable fardo de haber estado callada durante décadas, corroída muchas veces en un mar de impotencia, silencio, dolor, rencor, rabia y con un ancestral estigma del miedo en sus ojos.

Por tanto, escribir sobre la vida de una víctima del terrorismo, puede convertirse también en una especie de milagro, entendido como acto de sanación para un protagonista que ve cómo después de décadas es escuchado tras romper el silencio con las letras de otro. Además, gracias al libro que ha hecho pública la historia de su vida, también se siente reconocido socialmente, en contraposición a los terribles momentos en los que fue denostado, vilipendiado, aterrorizado y seguramente también condenado al exilio, callando su rabia para siempre.

Cómo empezó todo

Mi experiencia como biógrafa adquiere tintes casi surrealistas, si tenemos en cuenta que no conocía a Francisco Ruíz, pero decidió buscarme porque Marisa, su mujer y el gran ángel de esta historia, se había emocionado leyendo “Mi madre-niña”, el libro que escribí contando el proceso alzhéimer que rodeó a mi madre durante diez años y que con el tiempo dio lugar al proyecto «Alzhéimer solidario» y a material multimedia como el vídeo «Volver al corazón a través del alzhéimer» que, para mi sorpresa, después se convirtieron en la base de varias líneas de investigación en la Universidad (UNED)

Abro un paréntesis para indicar cómo esta carambola del destino, en estos particulares momentos me ha llevado a reflexionar sobre el no desdeñable dato de que, tanto ahora con “Doce balas en el alma” como antaño con “Mi madre-niña”, me he enfrentado a realidades duras, difíciles y densas para describirlas con mis letras y cómo, en ambos casos, he tenido la posibilidad de centrar mis palabras en la autocompasión o en la superación y orientarlas hacia el crecimiento y el aprendizaje de la experiencia con la consecuente resiliencia o hacia un ombligo de victimismo que con su por qué yo y por qué a mí nunca nos deja crecer, emprender, amar y dejar ver la luz que hay tras los árboles. Y cierro paréntesis.

Mis primeras y continuas negativas a Francisco estuvieron más que justificadas: jamás escribía sobre nada que no me brotara de dentro, nunca había escrito sobre vidas ajenas, vivo en el mundo del arte y la política no me atrae, el tema del terrorismo – y a qué negarlo- no me inspiraba en absoluto y además me encontraba en un momento de la vida en el no tenía tiempo ni de respirar: una oposición en la que me jugaba el futuro en la Universidad (UNED), Congresos, otros libros, conferencias y un etcétera tan largo que nunca cabría en estas líneas…

El flechazo literario

Su tenacidad hizo que un día, siquiera por cortesía, accediera a comer con él. Echo la vista atrás y creo que aquella era la misma tenacidad que lo ha mantenido con vida durante toda su existencia, resurgiendo como un Ave Fénix de la casi extinción por la hambruna de la posguerra, la emigración, la explotación industrial, la explosión de la dinamita o la fábrica de explosivos en la que como otros muchos obreros reventó -es literal- y murió su padre, las doce balas de aquel terrible atentado que lo condenó a una rehabilitación física y psicológica atroz, el exilio, la necesidad de emprender partiendo de cero y, finalmente, una enfermedad que a día de hoy le va apagando poco a poco el corazón…

Fui a aquella comida con mi negativa como lema, olvidando que la musa es caprichosa y ante aquella infinidad de estímulos y episodios no tenía intención de quedarse en un rincón. ¿El resto? La fecundación literaria y del corazón se produjo entre el primero y el segundo plato y por más que mi mente insistiera en que no era buena idea porque no tenía tiempo, al igual que me había ocurrido cada vez que esa musa despiadada entraba en mí, ya no tenía escapatoria: solo podía zafarme de ella después de entregarme al sagrado proceso de gestar letras con alma a todas horas.

De hecho, el flechazo literario fue tan fulminante que, en aquella comida, pensando en la dureza de las etapas que había vivido Francisco, ya se me ocurrió el título “Doce balas en el alma”. Por si fuera poco, cuando llegué a casa perpleja y sin dejar de repetir como una especie de mantra: “no es una novela. No es “Patria”: esta vez es real”, “no es una novela. No es “Patria”: esta vez es real”, también llegó a mí el Poema de las doce balas que, además de describir cada etapa de esta vida singular, marcó la estructura del futuro libro que, sin darme cuenta, ya había empezado a escribir. 

Doce balas llevo. Doce.

En el cuerpo y en el alma.

Cada una marcó mi vida

Con un traje de venganzas.

Cada una causó una herida

De silencios, rabia y traumas.

Estructura, investigación y desarrollo

El proceso de investigación fue fascinantemente extenuante y recopilé, muchas veces con ayuda de buenos amigos (Carmen, Teresa y Jesús), de todo: planos de las ciudades de Bilbao y Galdakao de los años 50 a 70, calendarios laborales y escolares, historia e historias del terrorismo, el fenómeno sociológico que supuso la emigración de aquellos tiempos, la vida en los barracones hacinados al margen del Nervión, la triste realidad de un maketo, búsqueda de acontecimientos mundiales y nacionales para situar cada etapa de la historia en el tiempo, costumbres locales, efemérides de todo tipo, medios de transporte, arte, canciones y literatura de cada momento histórico, dirigentes y cédulas, atentados cometidos, número de víctimas y un etcétera tan largo que nunca cabría en estas líneas, al igual que casi no cabía en la línea telefónica las cientos de llamadas que hice a Francisco –al que desde hacía mucho tiempo ya llamaba Paco-, para preguntar sobre detalles y aclarar las dudas que me iban surgiendo.

El gran artista Juan Up, hizo la portada del libro. La luz del atardecer se cuela entre las tripas de una gigantesca estructura de acero que grita el ángel que un día fue y ya no era: un guiño que entendemos bien los manchegos y, sobre todo, los valdepeñeros. Porque en Valdepeñas, quizás en la única atalaya que sobresale de la inmensa llanura manchega, se encontraba la escultura gigantesca de un ángel que desde ese monte daba la bienvenida a quienes llegaban al pueblo, igual que despedía a quienes lo dejaban atrás.

Escribiendo la historia de Francisco reparé en la esperpéntica coincidencia de que, tanto su atentado como el que también sufrió aquel ángel que un día saltó por los aires para quedarse en los huesos como Francisco, ocurrieron en el año 1976 para ser testigo de la horrible realidad de que hasta a nuestra pacífica tierra, cuajada de viñas y sol, llegó esa lacra llamada terrorismo…

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La empatía a mil por mil

Reconozco que fue un proceso agotador, frenético y extenuante, pero también estimulante, invasivo, efervescente y divertido en muchas ocasiones. ¿Mi implicación? Total, quizás porque como Fito, soy muy pasional y “sangro como escribo y escribo como sangro”. Además, también soy muy curiosa, empatizo con mucha facilidad y no fueron ni una ni dos las veces que, en mi soledad y junto a un teclado que echaba chispas, mi imaginación volara y en más de una ocasión riera y llorara con su vida y la de su familia, que escribiera mientras dormía durante las pocas horas que tenía el lujo de dormir y hasta que llegara a sentir que estaba sintiendo lo que ellos sintieron en cada momento. ¡Una locura!

El poder de la pluma

Enseguida fui consciente del poder de la pluma y de que podía contar la historia de muchas maneras. Personalmente, me negué a escribir un simple relato de buenos y malos, de norte y de sur, de bandas y bandos. No hacía falta juzgar, dualizar o politizar: vivimos una realidad tan candente y despiadada con el universo del otro que no creo que sea necesario calentar más los ánimos. Además, la historia hablaba por sí sola. Era tan apabullante que solo debía salir de la complicación para intentar alcanzar esa sencillez, única capaz de llegar a todos. De esta forma, siquiera indirectamente y contando la vida de Francisco, me enamoró la idea de que quizás también podría invitar a reflexionar a los lectores de cualquier signo, geografía o posicionamiento: y cuando digo a todos, es a todos.

La Reflexión: el Museo de la Paz

Es más: entendí que hermosas palabras como, por ejemplo «perdón», «gracias» o «te quiero», no sirven de nada y se convierten en fórmulas fáciles y baratas si no se pronuncian con sentimiento y desde dentro. Y en este sentido, no pude evitar recordar una valiosa clave que se encuentra, precisamente, en el Museo de la Paz situado en Guernika, que tuve la suerte de visitar emocionada, años atrás.

Definir la paz no es tarea fácil, pero como se indica en aquel museo una y otra vez refiriéndose al propio bombardeo de Guernika y en general a todo tipo de episodios mundiales relacionados con la violencia, dejando al margen las creencias e ideas políticas de cada cual, a nivel personal solo pueden limpiarse de verdad las heridas, si quien causó el daño, primero y como punto de partida es -de verdad y desde dentro- consciente de que lo causó; después -y debido a esa conciencia que al derribar vendas inevitablemente se expande- que pudiera dolerle casi como propio el daño que ha causado y, finalmente, que así se lo reconociera a su víctima, para liberar la carga de ambos.

Como indica el título de uno de mis poemas En el odio no hay destino. Y como también se indica una y otra vez en aquel museo vasco que me apasiona y lleva por título «de la Paz», la oportunidad de sanar, cerrar las heridas y liberar, solo surge gracias a un complejo y a la vez simple proceso de introspección y exteriorización.

Solo así puede darse en los dos sentidos -y cada cual según su grado y naturaleza- y tanto para quien reconoce el dolor que ha causado -que al margen de unos ideales también acarreará su particular mochila cárceles, aislamientos, separación de su familia, huidas, juicios, detenciones y etc.-, como para quien, saturado de impotencia, dolor y rabia acumulada, recibe ese reconocimiento de parte de quien le hirió, que para poder sanar viene necesitando más que el maná.

Y también cierro esta invitación a la reflexión, agradeciendo la valiosa inspiración que me llegó del vasco Museo de la Paz…

Leer el alma del otro

Una vez que me entregué en cuerpo y alma a la historia porque, como un cordero, por fin había aceptado que ni podía ni ya quería zafarme de ella, no voy a negar que a la presión anterior se añadió la presión de que Paco estaba enfermo y yo había vivido un cáncer, así que sentí la necesidad de dejarla escrita por lo que pudiera pasar. De hecho, la enfermedad de Francisco cierra su secuencia de balas, con la número doce, que también da nombre al último capítulo del libro, titulado en el centro de la diana.

Me han disparado la doce

en el centro de la diana,

que es mi corazón cansado

de sufrir silencio y rabia.

También corrí para poder regalarles a Marisa y a él una edición casera del libro en sus bodas de oro que fotocopié y encuaderné en una imprenta de barrio. ¿Mi mayor orgullo? Mucha más allá del halago literario que como escritora siempre sienta bien, fue esa satisfacción que como ser humano impregnó mis células, escuchando a Paco decir emocionado que le estaba ablandando el corazón con mis letras, al tiempo que me daba mil veces las gracias porque, pese a que él es un hombre parco en palabras, con mi pluma había llegado a lo más profundo de su ser porque había sabido leerle el alma… ¡Casi nada!

Romper el silencio para sanar

Tras el éxito que tuvo aquel libro primigenio, tanto Paco como yo, que ya nos habíamos convertido en una especie de Fred Astaire y Ginger Rogers de estas balas, nos vinimos arriba y decidimos editarlo para el gran público. Y vuelta a correr y a reescribir. Y a buscar editorial. Y a no dormir ( mil veces he pensado, divertida y agotada a la vez, que debido a la intensidad de la vida de Paco, unida a mi propia intensidad, esta historia de agotamiento y sentimientos exponenciales ha llegado a mi vida con la insana intención de robarme el sueño).

Y vuelta a pulir, y a quitar y a añadir detalles y ver cómo por fin nace o renace «Doce balas en el alma», igual que ha nacido y renacido mil veces este Ave Fénix llamado Francisco. ¿Vértigo? Mucho, pero unas balas nacieron con la clara intención de ir embaladas, también gritaban que la literaria operación «romper el silencio», ya no tenía marcha atrás…

Pero llegado a este punto,

voy a escuchar a mi alma:

Después de estas doce balas

y cuando tanto he pasado

y ahora que he curado traumas,

¿acaso no me merezco vivir

sin miedo y con ganas?

La esencia

Y a presentar el libro e ir a firmar a ferias del libro, a no parar, a hacer entrevistas, a comunicar anécdotas sobre una biografía que ha llegado pisando fuerte y, sobre todo, a vivir. Vivir esta historia que con sus balas intrépidas, ha generado tal crecimiento, implicación y riqueza emocional que bien podría dar lugar a un libro de cómo se hizo aquel libro. Un lío de historias dentro de la historia que se coló en mí para que mi ya amigo Paco y no el desconocido que contactó conmigo al principio, pudiera romper el silencio y ablandar ese corazón que se le apaga poco a poco, sanando su herida de rabia, silencio y traumas a través de mis letras.

Porque, sin duda, romper el silencio es parte de la esencia de quien escribe sobre la vida de una víctima del terrorismo. ¿Cómo? Primero respetando la esencia que, con carácter general, debe tener cualquier biografía para un escritor: saber dejar de ser para que pueda aparecer otro.

Y después, también saber convertirse en un vehículo de palabras para que abandone su escondite entre bambalinas quien ha estado callado durante décadas y salga a escena el protagonista de la vida que se narra. Y es aquí, después de haber completado todo este proceso, cuando por fin se abre el telón y aparece Francisco Ruíz… (palmas y más palmas).

Agradecimiento

¿A qué negarlo? Me siento muy satisfecha por haber crecido como escritora y como persona tras haberme convertido en este vehículo de palabras. También me siento enormemente feliz imaginando que Paco sana un poco, cada vez que una y otra vez cuenta la historia de sus balas, y muy privilegiada por haber vivido esta experiencia que, aun habiendo estado a punto de consumirme varias veces, me ha calado hasta el ADN. Por último, me siento agradecida de haber conocido a personas tan especiales como Francisco, Marisa y sus hijas, para quedar unidos por siempre en unas páginas de alma, corazón y letras que se han embalado desde el principio… 

Así es el corazón: experto en crear el caos con maravillosos flechazos que rompen los límites y la rigidez de todo lo que asfixie el alma. Desde aquí, doy mil gracias a la vida por este mágico encuentro y por esta gran experiencia.

¡Ah! No lo había dicho, pero presa de esta ludopatía gramatical que me fascina, inventé la palabra «palabrarista» para definir cómo me gusta hacer malabares con las palabras.

En este sentido, cierro este artículo con una palabra-víscera que, le pese a quien le pese, siempre lleva razón: ¿o no nos hemos dado cuenta de que se llama co-razón?

Y ahora, ¡a VIVIR!              

A vivir, pero ¡con mayúsculas! A VIVIR como indica el final del Poema de las doce balas:           

SY me respondo que sí

Que la vida es mi aliada

Y solo tengo que VIVIR

 ¡con mayúsculas!, ¡con ganas!

Y voy a gozar el regalo

de familia, risas, casa…

La muerte ya no me busca:

¡Superé todas las balas!

          

© Rosa Peñasco

Firma de ejemplares de «Doce balas»:

Feria del Libro de Bilbao, caseta 17, de Círculo rojo, domingo 9 de junio a las 12.

Feria del Libro de Madrid: caseta 98, Dykinson, viernes 14, desde las 6,30.

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